Equipo directivo
Conectados con tu futuro
J. Venancio Salcines
“Algunas personas llegan al campo de la filantropía después de haber pasado por situaciones traumáticas. No es mi caso. En una ocasión, después de analizarme de modo detallado, me definieron como una PAS o persona altamente sensible, segmento al que se cree que pertenece el 20% de la población. La definición me pareció acertada pues siempre me ha dolido, y bastante, el sufrimiento del débil y he agradecido la amistad más simple.
Mi vida no ha sido sencilla y con toda seguridad me ha hecho más duro y resistente y, también, más insensible. Al menos eso pensaba, aunque los psicólogos niegan la mayor y dicen que, en lo sustancial, no he cambiado.
Son muchas las experiencias que han marcado mi vida y, en consecuencia, definen decisiones. Por mi constitución física y mi carácter nunca sufrí el bulling, el acoso escolar, pero sí pude observarlo hacia algunos de mis compañeros. A los trece años me destrozaron la cara y tuvieron que llevarme, inundado de sangre, por urgencias, al hospital más cercano. Había salido en defensa de uno de mis compañeros. Lo sentí como una victoria, a partir de ese momento nadie volvió a molestarlo. Ahí aprendí que el dolor físico se supera en días, pero las heridas en la autoestima, en la confianza en ti mismo, pueden llegar a ser crónicas. Lastrarte por una vida entera. Me preocupé de que, en mi clase, hasta la fecha de mi graduación, no volvieran a producirse escenas de acoso. La segunda lección que aprendí fue que al problema siempre hay que mirarle a los ojos. Enfrentarse, nunca escapar.
Son muchas las experiencias que han marcado mi vida y, en consecuencia, definen decisiones.
J. Venancio Salcines
Ya adulto pude convivir, durante unos días, en la selva del Darien con unos indígenas Embera. Me impactó observar el proceso de empoderamiento de las mujeres. Al menos en esta tribu, podían votar, elegir a sus caciques, tenían dos, uno joven y otro mayor. En caso de separación, el hombre tenía que abandonar la comunidad. Su fuerza provenía de su capacidad para crear bienes de mercado, artesanía, que el hombre vendía en las áreas urbanas. Con el dinero obtenido podían adquirir los motores fuera borda, la munición para sus escopetas y los productos básicos de alimentación e higiene femenina. Constaté que el empoderamiento económico femenino es la mayor arma generadora de igualdad de la historia. Válida para cualquier espacio u orden social.
No recuerdo haber sentido nunca miedo en esta vida. Como todos, he sufrido y llorado, he sentido el dolor. Lo que tardé en descubrir era la fuerza de mis sueños. Tuve que estar con la guerrilla colombiana, las FARC, a la espalda o transitar por áreas controladas por el Ejército de Liberación Nacional para sentir que los sueños que me habían conducido hasta allí valían más que el riesgo al que me sometía, el secuestro. Y mis sueños se gestaron en una cuna del bienestar y aun así son poderosos. Más han de ser los de aquellos que solo han conocido la pobreza y la frustración. Por ello, siempre entendí que la educación, el gran ascensor social, debía tener una gran obsesión, ayudar a satisfacer los sueños de nuestros alumnos y de sus familias.
Recuerdo con tristeza cuando tenía algo más de treinta años y presenté a mi superior académico mi primer programa de postgrado. Aunque dependía directamente, para este tema, del rector de la Universidad en la que trabajaba, me agradaba saber que mis “maestros” se sentían orgullosos de mi trabajo. Lo había socializado con el tejido económico y aglutinaba, como docentes, a un gran número de profesionales de gran prestigio. Sus primeras palabras fueron para indicarme que debía poner a otros docentes, amigos suyos. Al contestarle que ignoraba que sus amigos supieran de la temática en cuestión, afirmó que era cierto, que no sabían, pero que ellos no iban a impartir mi programa, sino lo que ellos tuvieran a bien. En aquel momento, y hoy también, pensé que una carrera profesional tiene una gran dependencia sobre los temas que domina el estudiante, y en el caso de un postgrado, esto ya es clave. Si me alteraban el programa, de modo caprichoso, existía la posibilidad de que no pudiera defender, ante las empresas, la carrera profesional de aquellos que habían puesto su confianza, su tiempo, sus sueños, en mis manos. Los problemas se miran de frente, me negué, me acosaron y recordé que el sueño de mis alumnos era mi sueño. Sentí lo que era el síndrome de Estocolmo. Desear tener el aprecio de aquel que secuestraba tus ilusiones. Ese momento, acompañado de muchos otros, marcó mi obsesión por liderar un modelo educativo alternativo al que conocí durante mi larga estancia en la Universidad donde inicié mi carrera académica.
La crisis financiera española fue muy dura, mi cuerpo, un superviviente, está marcado por una marea de cicatrices. Entendí que otros no habían tenido la misma suerte. En 2016 mi vida económica, fruto del éxito de mis proyectos educativos, era desahogada y pensé que tenía que hacer algo por aquellos que no habían tenido mi capacidad o mi resistencia. Durante dos años había sido teniente alcalde del municipio donde vivía. Fue una experiencia nefasta, difamaciones permanentes, ataques continuos. Decidí dimitir y continuar con mi vida académica y, especialmente, con el grupo educativo que deseaba impulsar. Cerca de veinte asociaciones, la gran mayoría del tejido asociativo del municipio, se reunieron en una localidad de ese municipio y me pidieron, ante los medios de comunicación, que me quedase, que no me fuera. Yo era el acosado, y ellos los que estaban dispuestos a enfrentarse a otros por mí. Eso había ocurrido en 2009, en 2016 le solicité al párroco de la localidad que buscara todos los hogares en los que existía necesidades acuciantes, que cada mes le enviaría comida y productos de higiene para ellos. Sentí que con ello estaba pagando una deuda. Afortunadamente la necesidad de ayuda ha menguado, aunque se mantiene el banco de alimentos. En ese momento, le dije a mi equipo que debíamos hacer algo más, buscar el elemento más débil de la sociedad que pudiera, con nuestros medios, la educación, y una excelente sintonía con el mundo empresarial, recuperarse o mejorar. Pensé que eran las mujeres esclavizadas sexualmente. Empezamos a diseñar un programa de formación e inserción laboral. Ahí cree la Fundación. Íbamos a necesitar medios y estructura y hacía falta una persona jurídica. Pecamos de ingenuidad. Médicos del Mundo me ayudó bastante a entender el problema. El perfil al que quería ayudar, me entristezco mientras escribo estas líneas, es el de una mujer que ha sido cosificada hasta el infinito. Se la viola repetidamente, hasta que renuncia a su propio cuerpo, y después, para terminar de esclavizarla, se la hace adicta a determinadas sustancias.
En 2016 no me sentí capaz de hacer un programa para recuperarlas. La Fundación ya estaba creada y decidimos que lo que hasta ahora habíamos hecho con fundaciones universitarias públicas, gestionar las inserciones profesionales de nuestros alumnos, lo podríamos hacer nosotros mismos. Pero, con un cambio, convertir al becario, al que nos da sus sueños, en el epicentro. En el cliente al que nunca defraudar. Descartamos trabajar con empresas que nos parecían poco “éticas” y nos centramos en aquellas que promueven y cuidan el talento joven. Nuestra filosofía, nuestra ética, nos llevó a un crecimiento vertiginoso. Hoy, tenemos vínculos estables con cientos de departamentos de recursos humanos de empresas grandes y medianas. Operamos con regularidad en cerca de treinta provincias españolas. El volumen de actividad que generamos nos llevará, según lo previsto, a canalizar más de siete millones de euros en 2023. Lo que nos situará, en actividad generada, como la segunda fundación privada de Galicia, después de la Fundación Ortega. Pero lo importante es que detrás de esa cantidad están las alegrías y las expectativas positivas de cientos de personas, que han visto en nosotros una escalera hacia sus sueños”.
El patronato de la Fundación Venancio Salcines está formado por las empresas vinculadas a la actividad empresarial de nuestro fundador:
Estamos con las personas
Promocionando a equipos que representan sus valores. Promoviendo la realización de campañas de recogida de alimentos. Y apoyando al desarrollo profesional de los jóvenes que comienzan su carrera profesional.